Viaje Lingüístico
(Adaptación)
Un
español, que ha pasado muchos años en los Estados Unidos lidiando
infructuosamente con el inglés, decide irse a Méjico, porque allá se habla
español, que es, como todo el mundo sabe, lo cómodo y lo natural.
En
seguida se lleva sus sorpresas. En el desayuno le ofrecen bolillos. Son humildes panecillos, que no hay que confundir con las
teleras, y aun debe uno saber que en Guadalajara los llaman virotes y en
Veracruz cojinillos. Si quiere limpiarse
los zapatos debe recurrir a un bolero,
que se los va a bolear en un
santiamén.
Asombro frente a un cartel: Y un cartel muy
enigmático: «Prohibido a los materialistas
estacionar en lo absoluto. Y luego se entera que se trata de los trasportistas
de materiales para la construcción. Le dice al chofer que lo lleve al hotel, y
le sorprende la respuesta:
—Luego, señor.
—¡Cómo
luego! Ahora mismo.
—Sí,
luego, luego.
Está
a punto de estallar, pero le han recomendado prudencia. Después comprenderá que
luego significa «al instante».
Y
mientras hace las valijas para irse a Venezuela, recuerda una advertencia que
leyó en cuanto pisó México «Abusado,
joven, no deje los velices en la
banqueta, porque se los vuelan» (abusado, sin duda un cruce entre avisado y
aguzado, equivale a ¡ojo!, ¡cuidado!; los velices son las maletas; la banqueta es la acera, y se los vuelan,
bien se adivina).
Nuestro
amigo turista viaja después a Colombia.
En
Bogotá nuevas sorpresas: los autos se donde parquean el tinto es un
café negro o bien le ofrecen un perico,
que es un pequeño café con leche. Como debe hacer un trámite, llega a la
oficina y golpea discretamente. Le contestan con energía:.
-¡Siga!
Se
marcha muy amoscado, pero salen diligentemente a su encuentro. Siga significa
«pase adelante». Y oye un continuo revolotear de alas: «¡Ala!, ¿cómo estás?», «¡Ala, pero vos sos bobo! », «¡ Ala,
esa chica es bestial! », «¡Ala, pero qué vieja
tan chusca!», (la vieja tiene quince
años y es tan graciosa)
No
tiene suerte en Bogotá, a pesar de que la gente es servicial, y perdido por
perdido decide irse a Buenos Aires, donde es fama universal que se habla el
peor castellano del mundo. Efectivamente, le asombró tanto che, tanto chau, tanto
vos, tanto tarado, tanto avivado,
tanto atorrante, tanta macana. Pero después de varios días no
le pareció peor ni mejor castellano que el de otras partes. Poco después
sorprendió esta conversación entre algunos jóvenes, al parecer estudiantes, por
los libros de texto que llevaban bajo el brazo:
—¡Qué
pálida, loco! me bochó el de Formación ética y ciudadana
—
Qué careta.
—Eso
sí, hoy me jugué y saqué diez.
—¿En
qué?
—En
casteyano…
Ángel
Rosenblat,
Nuestra lengua en ambos mundos, 1971
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